La política de la cobardía: Europa arrodillada

La Europa que soñábamos se ha convertido en una caricatura de sí misma. Sostenida por un hombre que ni siquiera logra sostenerse en su propio país. Y aún así, ahí los tienes: todos de rodillas. Todos, menos ese. Y ese uno, aunque torpe en las formas, al menos tuvo la osadía de no aplaudir al emperador desnudo.

Se ha pactado seguir financiando su industria de armamento, como si eso nos comprara un asiento en la mesa de los grandes. Pero no hay grandeza sin dignidad. ¿Y nuestros líderes? No hay tales. Solo sirvientes obedientes, abrumados por su irrelevancia, lamiendo la mano de quien los ignora y los chantajea. Juega con ellos, con aranceles de quita-y-pon.

En su país, Sánchez es hoy poco más que un símbolo de desgaste. Su partido corroe bajo el peso de sus propias miserias, y su liderazgo ya no mueve ni a los suyos. ¿Debe irse? Sin duda. Pero mientras tanto, queda algo más que él: el Estado. Y el Estado —como la familia— puede estar rota por dentro, pero jamás debe lavarse la ropa sucia en casa ajena. Quien lo hace no busca reparación, busca traicionar con la esperanza de recibir algo a cambio. Spoiler: no lo recibe.

El otro “hermano”, el que ambiciona heredar, tampoco está listo. Dios, me doy cuenta de mi lado francés y mi problema con «ser» y «estar». En francés, es el mismo verbo: «être». Entonces mi duda es cuál poner ante LISTO: Ser o Estar. Ni inglés habla. Ideal para gestionar el quiosco del barrio, no una democracia europea. Un gobierno, pero no un Estado. Tal vez la hermana menor —con más garras, más lucidez— sería la mejor opción, pero claro, esto sigue siendo un patriarcado: mejor darle un despacho con ventana y vista a la puerta de Alacalá, que las riendas del negocio familiar.

Y Europa, ¿qué? Los ciudadanos no entienden de pactos oscuros ni de cumbres coreografiadas. Entienden de dignidad, de Estado, de firmeza. Lo que ven hoy es un continente liderado por un solo hombre y rodeado de cobardes profesionales. Los ciudadanos europeos de a pie de calle aplauden a Sánchez, y se avergüenzan de sus líderes. No votaron a cobardes.

Podría hacer juegos de palabras todo el día: Micron, porque Macron se nos ha encogido; Scholz, pero sin Stolz (orgullo en alemán); y Sánchez, que en francés suena a Sans Chaise —sin silla, sin asiento, sin respaldo. Literal.

Lo que estamos viendo no es política, es genuflexión institucional. Demasiados políticos, muy poco sentido de Estado. Y como francés, lo digo claro: me avergüenza mi presidente. Me avergüenza su sumisión, su teatro, su ombliguismo.

¿Y la OTAN? Ya basta de pactos entre élites que arrastran a los pueblos. Queremos referendos, uno en cada país. Para decidir, con voz y voto, qué botas vale la pena lamer y qué culos mejor ignorar. Si ya estamos obligados a agachar la cabeza, al menos que podamos elegir el color de la lengua. Marrón me parece más digno que naranja.

 

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